sábado, octubre 17, 2009

¡Adios al jugón!

precioso articulo leido en el mundo

"La vida puede ser maravillosa". Y puede no serlo. También Andrés Montes lo sabía, pero no anduvo dando ese ejemplo por ahí, aunque lo sintiese muy dentro los últimos días, sus últimos días, desde que se apartó del micrófono, una noche de oro, mientras se desangraba por dentro con un sentimiento parecido al de quien se siente traicionado. Su epitafio: "Yo me despido de ustedes. Ésta es mi última retransmisión con La Sexta. Y voy a decir lo mismo que decía hace tres años y medio cuando vine a esta cadena: la vida puede ser maravillosa" (Katowice, 20 de septiembre de 2009). Y puede no ser ni maravillosa, ni vida siquiera (Madrid, 16 de octubre de 2009).

Su pareja, María, lo encontró derrumbado en su domicilio. A las 22.00 horas del viernes se producía el levantamiento del cadáver. Ni puerta forzada, ni signos de violencia, ni hipótesis distinta a esa que necesita de una autopsia anticipada. Como Montes vivía en la calle Espronceda de Madrid, a un palmo de la Agencia Efe, 20 minutos después todo el mundo conocía la muerte de un periodista con denominación de origen propia, sin agua tibia, ni grises, ni equidistancia, odiado o idolatrado por el público. "Hay que arriesgar", decía. Y así hasta la noche final.

Original e impactante como ningún narrador en los últimos (muchos) años, se le recordará por su etapa en La Sexta, horas de latiguillos, de jugadores citados en el nombre de otro y de muchos más jugadores rebautizados genialmente. Puyol fue 'Tiburón'; Gattuso, 'Pegamento'... Pero en el fútbol siempre se le vio como extranjero, apenas comprendido y denigrado en algunos despachos de poder. No obstante, sobre el césped se asomó a la celebridad, con una retransmisión de semifinal entre Italia y Alemania para perder el conocimiento o con sus tics preferidos: "¿Dónde están las llaves, Salinas?" o "Tiki-taka".

El tiki-taka, su eslogan para encumbrar el fútbol gustoso, está ya en todos los diccionarios, y también en el techo de un club de alterne de Alicante. Porque Andrés Montes logró trascender al deporte para ser de la noche, de la calle, de la risa, de la borrachera...

Lodz, segunda fase del Europeo de Polonia, una noche del último septiembre, ya entrada la madrugada. El restaurante, de súbito, se llenó de lituanos. Como estaban eliminados, se dieron a la bebida. Uno de ellos quiso mostrar sus avances en el español. No eran muchos y pronto desistió. Pero el chaval regresó al rato, para proclamar: "Ricky business, Andrés Montes, La Sexta". Ese era su recuerdo de un fin de semana en León.

Ricky Business (Ricky Rubio) ejercía de sustituto de Mister Catering (Calderón) y Mojo Picón (Sergio Rodríguez), hacía pandilla con jugones como ET (Gasol), Multiusos (Garbajosa), Espartaco (Felipe Reyes) y otros superhéroes de una trayectoria de 30 años largos, desde principios de los 80. Hizo la mili con Roberto Gómez (ahora en Marca), que le presentó a Pedro Pablo Parrado, su introductor en Radio Cadena Española, herencia del Movimiento. Ya entonces existía la Facultad de Periodismo, pero Andrés Montes no pisó ésa ni ninguna otra. Había estudiado en las Escuelas Pías San Antón de la madrileña calle Hortaleza, un alumno raro, un negro español en los 60. Indisciplinado, hizo luego el magisterio por libre.

Hijo de un gallego y una cubana, unidos por el destino en un tren en Venezuela, nació en Madrid. Su padre tenía negocios en Venezuela ("no preguntes de qué", decía) y su madre volvió a Cuba para hacer la Revolución. Perdió casi todo contacto con su mamá y no tuvo hermanos; encontró el cariño frente al micrófono y al otro lado. Retransmitió para la Cope el Mundial de fútbol de España (1982), pero dos años después, el baloncesto salió de la clandestinidad y fue abrazado por Montes. Trabajó para García, José María, en Antena 3, durante una década en la que paseó el micrófono al otro lado del Telón de Acero.

Estuvo casi 30 veces en Zagreb; "acojonado" en Lituania, en pabellones repletos de militares y patriotismo. Después se americanizó, cursos baloncestísticos en la NBA, "una merienda de negros que pagan los blancos". Once años en Canal +, dedicados a negar la gravedad: a las tres de la mañana, los párpados caen por su propio peso, pero entre Montes y Antoni Daimiel se encargaron de contrariar a la física. Aquel parecía su paraíso eterno, con una parroquia repleta de fieles entregados.

Además, en paralelo se estaba dando un lujo: No sabes cómo te quiero. Era un programa en Radio Marca, que hubiese sido su casa en unos días si el 16 de octubre de 2009 no hubiese existido. Durante un año, hizo un programa de fútbol sin fútbol, con futbolistas que no querían estar en ningún sitio, como Del Horno o Yeste, pero que deseaban pasar el rato con Andrés. Miguel Martín Talavera, que era su socio, decía ayer, al poco de saber la noticia: "Era un caos perfecto. A 20 segundos para empezar el programa, podía no haber hecho nada, sin embargo, conseguía llenar todo". Aquel era un programa en un horario antiaudiencia (14.30-16.00 horas) con los mejores índices de seguimiento de toda la parrilla. Hablaba de "las patatas y los churros Bonilla, de A Coruña", y un día un oyente viajó hasta Madrid para entregárselos en persona. Lo rememora Talavera a quien, cómo no, también le cayó su apodo: Kambala.

Montes tenía para todos, y pronto lo supieron hasta los sordos. Un día de marzo de 2006 cambiaba de chaqueta. Dejaba sus madrugadas y su amado 'No sabes cómo te quiero', territorios de unos cuantos, por la tele y sus multitudes. La Sexta le quería para su principio y en Sogecable... "Pasaban de mí", decía Andresito (como todo niño, también tuvo su diminutivo). Fue la voz del inicio de una cadena, con el Mundial de 2006 de fútbol y, sobre todo, el oro de la selección de baloncesto en el Mundobasket de Japón, unos meses después.

Allí compró decenas de pajaritas, como los señores honorables de su infancia. La pajarita formaba parte el pack Montes, junto a las gafas, el cráneo rasurado y una labia tremenda, que se le cortó el pasado 12 de septiembre. Marc Gasol, ante el micrófono de La Sexta, puso palabras de discordia respecto a Sergio Scariolo y Sergio Llull. Después de una pausa impropia, el narrador aportó: "Más claro".

A esas alturas, Andrés Montes sospechaba que su último Europeo no iba a ser como lo soñaba seis días antes en Varsovia. En el Novotel, mientras algunos periodistas repasaban sus problemas con los alojamientos, había dicho: "Señores, esto no es Beverly Hills". Y siguió hablando de Polonia, de los años de comunismo. Él, que perdió a su madre por Fidel, pero siempre miró con curiosidad hacia el Este, de donde regresó con el primer oro europeo de la historia del baloncesto español y destrozado en sus adentros. Quienes hablaron con Andrés en la última semana, encontraron a un ser decepcionado con muchos de los que le rodearon en la gloria.

Se encerró en casa como en los tiempos en que la fama le acosaba. Pero ahora tenía más cerca la depresión que el estrellato. Siempre cerca sus 5.000 CD en escrupuloso orden alfabético, cerca también su actual pareja, María. Su familia la completaban dos niños, Nelson y Orson, en honor a Mandela y Wells, y muchos sentimientos: impenitente atlético; hijo de Dylan, de los Beatles, de Serrat, devoto de Luther King; estudioso de la Transición, la revolución cultural o del problema vasco; enamorado de la comida del Zuberoa (Oyarzun), pero madrileño de Chamberí, vecino del Silkar, donde cuajan las mejores tortillas de patatas de la capital... Cuando todo eran flores, sensato, aclaró: "Hoy estoy aquí, mañana puede que venda La Farola" . También en el periódico de los desterrados contarán que ha muerto "el cantamañanas", que así se reconocía Andrés Montes.

Andrés Montes, comentarista deportivo, nació en Madrid en 1956 y murió ayer en la misma ciudad.